Octava Estación de Penitencia
Jesús consuela a las mujeres
de Jerusalén.
El dolor infinito que estaba
experimentando Jesús era
evidente, las mujeres piadosas
que observaban no podían
contenerse y sus lágrimas
empezaban a brotar, era
impotencia y mucho dolor el
que ellas sentían, ver a su
Maestro sufrir injustamente
una dolorosa pasión, pero
hasta el último momento la
humildad y preocupación de
Jesús se manifestaba.
Eran sus palabras las que
buscaban entonces reconfortar
el dolor de las mujeres que
allí estaban:
“No lloréis por mí, sino por
vosotras mismas y por
vuestros hijos”.